Baja corriendo las escaleras para alcanzar al autobús que pasa como si sólo la estuviera esperando a ella. Mira su reloj que marcan las ocho y sus compañeros como siempre, deben ya estar en el mismo bar al que van cada viernes. Sube rápidamente tras oír el rechinido de las escaleras de su edificio, abre la puerta lentamente después de haber buscado en el fondo de su bolsa una y otra vez las llaves. Por eso es que tiene tantos llaveros, porque nunca puede encontrar las llaves. Cuando por fin logra abrir la puerta, avienta la bolsa y el abrigo en el sillón. Suena el teléfono.
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