Fue como si las nubes de repente se juntaran todas, grises y grandes sobre mi cabeza. No podía escapar, nada más que seguir caminando, no corriendo, porque si corres te mojas más. Aunque los charcos empaparan mis zapatos y aunque el agua hiciera un rechinido en mi caminar, iba a seguir caminando. Sin paraguas y con ropa de verano de cualquier forma había que continuar. Como si la lluvia no estuviera, pero era obvio que no podía fingir que había un sol. Hasta que después de tanto caminar, por fin apareció en el horizonte la sequedad.

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