Hoy me desperté con ganas de un beso, uno de esos bonitos, largos, lentos, húmedos, de esos que te despiertan sin abrir los ojos, un beso que no diga nada, que no tenga promesas, que no cargue tristeza, ni historia, ni tiempo, sólo muchas ganas. Me gustan todo tipo de besos, de los que guardo en mi recuerdos, de los que añoro, de los que dejé de dar, guardo la magia de los besos de despedida, de esos que saben amargos, que se dan con lágrimas y saben a sal. De ese último beso, que sabes que es el último, o del último que aunque no sospechabas que sería el último, lo fue.
Sin duda, el más bonito es el primero, ese que no imaginas que ocurrirá, que te llena curiosidad, que no sabes cómo será, ese en el que descubres como besa, el grosor de sus labios, su temperatura, la humedad, y qué decir de los besos que no puedes parar, de los que no te cansas y duran mucho, mucho, mucho tiempo, que te vuelves adicto y necesitas más y más. Los que das cuando prometes, los que das cuando amas, los que das sólo por ganas, los que das cuando alguien te gusta mucho, los de una noche de copas, los de amigos, los de amantes, los de traición. Pero los besos que se dan con desgana, esos deberían de borrarse, deberían no existir, los que das por compromiso, los que das sin sentir. Siempre hay que sentir algo, amor, ganas, curiosidad, gusto, lujuria, ternura, lo que sea pero algo. Un beso sin sentir no es nada. Besar bajo la lluvia, bajo el agua, bajo las sábanas, besar en la playa, en el mar. Besar antes de dormir y besar al despertar. Un beso sabor a chicle, sabor a dulce, sabor a ti. Besos en el coche, besos en la noche, besos robados, besos calmados, besos cortos, besos hartos, besos largos, besos besos, besos, besos.
Y yo aquí sin un beso.
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