Y cuando llegué a la oficina, ahí estaba con su sonrisa y su café en la mano. ¿No les aburre que todos los que trabajamos en una oficina tengamos el cliché del café para despertar?, es que el agobio de las cuentas, de los miles de papales almacenados en una pila sobre la esquina del escritorio estresa, cansa, porque sabemos que está ahí cada día, que si no trabajamos para quitar un poquito aquellos folios, la montaña va a crecer y el café se va a terminar. Me senté y nos miramos, sin decir nada, como si ese secretito que tenemos entre los dos, sólo lo supiéramos él y yo y nos lo dijéramos con la mirada cada vez que nos vemos a la cara. En la oficina nadie lo sabe, sólo esas miraditas, la sonrisa y las tazas de café.
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