El olor de las primeras gotas de lluvia en un día de Noviembre... quizá Axel Rose no estaba tan equivocado. No sé cómo es que todo ha cambiado desde mi infancia, recuerdo aquellos días en que la lluvia sólo llegaba en Septiembre y a veces Octubre, fuertes tormentas y truenos en el cielo ennegrecido se dejaban ver. Mis primos, hermanas y yo, solíamos salir con nuestros impermeables a mirar cómo el agua corría como inmensos ríos por las calles, el agua del cerro bajaba a toda prisa y coloreaba las callejuelas con tinturas de agua plateada; hicimos barcos de papel y los dejábamos correr, observándolos a ver cuál era el que llegaba primero a la esquina del mercado, claro que el vencedor no se llevaba ninguna recompensa, sólo la maravillosa sensación de sentirse triunfador pues se había construido un barco indestructible de periódico.
Siempre me fascinó el olor de la tierra mojada que se percibe después de llover, el escuchar la calma de un suave goteo que proviene de los pequeños canales que formó el tejado, no se puede poner en palabras... No sé por qué, pero siempre me ha gustado la lluvia, aunque también es cierto aquello que dicen que "Es bonito ver llover y no mojarse", porque la calma que representa el golpeteo del aguacero pegando en la ventana y la seguridad que se siente al estar recostado en la cama, abrazado por unas sábanas cálidas y escuchar los truenos en el cielo mientras vas pasando las páginas de un libro.
Sí, es cierto, me gusta la lluvia... imitar su sonido en la regadera al tapar mis oídos, me gusta.

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