1. Sentir el calor del sol cuando hace frío.
2. Cuando la risa de una persona es más graciosa que el chiste.
3. Recordar la historia de cómo conocí a alguien.
4. Escuchar cuando alguien está diciendo cosas buenas de mí.
5. Cuando a alguien le gustan mis obras de arte.
6. Borrar cosas de la lista de pendientes.
7. Un tanque lleno de gasolina.
8. Risa contagiosa.
9. Aprender un nuevo idioma y usarlo en la vida real.
10. Sacar un 10 en un examen extremadamente difícil.
11. Profesores con los que se puede bromear.
12. Cartas escritas a mano.
13. Encontrar dinero en las bolsas de una chamarra que no me ponía hace mucho.
14. Usar pijama todo el día.
15. La sensación de satisfacción de hacer reír mucho a alguien.
16. Uñas perfectamente pintadas.
17. Olvidarse de poner la alarma, pero despertar justo a tiempo.
18. Quitarse los tacones altos al final del día.
19. No ser capaz de terminar una frase porque estar riendo muy fuerte.
20. Los hombres que huelen bien.
21. Aventuras espontáneas.
22. Cuando mis amigos aman mi nuevo peinado.
23. Cuando él me sonríe.
24. Amistad instantánea.
25. El primer abrazo de alguien a quien no he visto en mucho tiempo.
26. Sol después de un día lluvioso.
27. Ver álbumes con fotos de mi niñez.
28. Cuando alguien me dice que huelo bien.
29. La sensación que tengo cuando termine con toda la tarea.
30. Solos de guitarra.
31. Cosas gratis.
32. El olor a coche nuevo.
33. Ositos y cerezas de gomita.
34. El sonido perfecto de un choque de manos.
35. Enseñarle una nueva palabra a un niño pequeño.
36. Ver masticar a un perro.
37. Terminar de escribir una carta y que me guste su contenido.
38. Decir un trabalenguas sin equivocarme.
39. Días libres.
40. Viajar en avión y sentirme cómoda.
41. Viajar con alguien a quien quiero mucho.
42. Recostarme en el hombro de alguien para dormir mientras voy en el auto.
43. Tomar fotografías donde salga bien.
44. Cocinar algo rico.
45. Leer algo interesante.
46. Saborear una fruta.
47. Viajar a lugares exóticos.
48. Sonreír a la mitad de un beso.
49. Sentir el piso recien trapeado con los pies descalzos.
50. Correr durante una hora sin cansarme.
lunes, 21 de noviembre de 2011
domingo, 20 de noviembre de 2011
November Rain...
El olor de las primeras gotas de lluvia en un día de Noviembre... quizá Axel Rose no estaba tan equivocado. No sé cómo es que todo ha cambiado desde mi infancia, recuerdo aquellos días en que la lluvia sólo llegaba en Septiembre y a veces Octubre, fuertes tormentas y truenos en el cielo ennegrecido se dejaban ver. Mis primos, hermanas y yo, solíamos salir con nuestros impermeables a mirar cómo el agua corría como inmensos ríos por las calles, el agua del cerro bajaba a toda prisa y coloreaba las callejuelas con tinturas de agua plateada; hicimos barcos de papel y los dejábamos correr, observándolos a ver cuál era el que llegaba primero a la esquina del mercado, claro que el vencedor no se llevaba ninguna recompensa, sólo la maravillosa sensación de sentirse triunfador pues se había construido un barco indestructible de periódico.
Siempre me fascinó el olor de la tierra mojada que se percibe después de llover, el escuchar la calma de un suave goteo que proviene de los pequeños canales que formó el tejado, no se puede poner en palabras... No sé por qué, pero siempre me ha gustado la lluvia, aunque también es cierto aquello que dicen que "Es bonito ver llover y no mojarse", porque la calma que representa el golpeteo del aguacero pegando en la ventana y la seguridad que se siente al estar recostado en la cama, abrazado por unas sábanas cálidas y escuchar los truenos en el cielo mientras vas pasando las páginas de un libro.
Sí, es cierto, me gusta la lluvia... imitar su sonido en la regadera al tapar mis oídos, me gusta.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Revolución.
— Como decía —prosiguió Luis Cervantes—, se acaba la revolución, y se acabó todo. ¡Lástima de tanta vida segada, de tantas viudas y huérfanos, de tanta sangre vertida! Todo, ¿para qué? Para que unos cuantos bribones se enriquezcan y todo quede igual o peor que antes. Usted es desprendido, y dice: "Yo no ambiciono más que volver a mi tierra". Pero ¿es de justicia privar a su mujer y a sus hijos de la fortuna que la Divina Providencia le pone ahora en sus manos? ¿Será justo abandonar a la patria en estos momentos solemnes en que va a necesitar de toda la abnegación de sus hijos los humildes para que la salven, para que no la dejen caer de nuevo en manos de sus eternos detentadores y verdugos, los caciques?... ¡No hay que olvidarse de lo más sagrado que existe en el mundo para el hombre: la familia y la patria!...
"Los de Abajo", Mariano Azuela.
martes, 15 de noviembre de 2011
Dejando huellas...
Aquella tarde sentada en el parque, pude ver a lo lejos como se acercaba alguien que no pude reconocer. Antes era él, ahora son sólo sus recuerdos.
¿Te acuerdas de mí?
Eran las cinco de la mañana, sentados en la sala y la conversación se estaba tornando aburrida, así que dijiste que te irías a la cama pronto. Entraste a la cocina para dejar los vasos y yo me colé en tu habitación. Pensé en esperarte ahí hasta que te escuché subir por las escaleras y fingí que estaba durmiendo, esperando que entraras despacito y te acostaras junto a mí. Pusiste tu brazo al rededor de mi hombro y de pronto pareció que la habitación se hizo más fría, así que nuestros cuerpos se acercaron más y empezamos a hablar sobre el clima. Dijiste que la mañana siguiente todo sería más divertido y que podríamos sentarnos en el pórtico para ver caer el sol. No sabía hasta dónde iba todo esto, hasta que me besaste.
Comenzó a llover, estabamos abrazados cuando desperté. El reloj marcaba las seis de la tarde y el frío penetraba por todos lados, pero el lecho seguía tibio y cómodo. El cuarto oscuro y las ramas de los árboles golpeaban la ventana. Bajé a la cocina y puse la cafetera. El aroma era exiquisito, delicado y se esparcía poco a poco por toda la casa, el olfato comenzó a agudizarse. Fui a despertarte y tú me mirabas desde la cama con esa sonrisa y tu pelo despeinado. La taza calentó tus manos y una gota se deslizó en el borde. Aquel fin de semana que habíamos pasado juntos es algo que nunca olvidaré, viendo televisión en pijama y tomando vino porque la leche se había terminado. Estaba tan sorprendida de cómo había ocurrido todo aquello. Tu mejor amiga estaba un poco celosa, llamó por teléfono y dijo que pasaría a visitarte esa misma noche. Tomé mi bolsa y me acerqué a la puerta para despedirme, nos dimos un beso en la mejilla y me alejé de ahí.
Nos dijimos adiós y pasaron los años, volvimos a vernos una noche de sábado, otro país, otra ciudad, otra vida, pero la misma mirada felina. Aquella noche entré en el bar, no recuerdo si tenía bien atada la corbata, pero recuerdo que el calor era infernal, calor de verano, calor que calentaba hasta un témpano de hielo. Busqué con la mirada un lugar vacio, miré una y otra vez hasta que te vi, sentada en una mesa, las pequeñas velas en el centro enmarcaron tu rosto con un haz de luz: tu cabello negro, largo un poco más abajo de los hombros. Sostenías una copa y mirabas atentamente a la puerta, como esperando encontrarte con alguien y de repente aparecí yo, con los ojos brillantes y el corazón latiendo a una velocidad descomunal, no sabía si te acordarías de mí, si me reconocerías después de tanto, después de ése fin de semana cuando te despediste en mi puerta. La pregunta se quedó en el aire... ¿Te acuerdas de mí?.
Comenzó a llover, estabamos abrazados cuando desperté. El reloj marcaba las seis de la tarde y el frío penetraba por todos lados, pero el lecho seguía tibio y cómodo. El cuarto oscuro y las ramas de los árboles golpeaban la ventana. Bajé a la cocina y puse la cafetera. El aroma era exiquisito, delicado y se esparcía poco a poco por toda la casa, el olfato comenzó a agudizarse. Fui a despertarte y tú me mirabas desde la cama con esa sonrisa y tu pelo despeinado. La taza calentó tus manos y una gota se deslizó en el borde. Aquel fin de semana que habíamos pasado juntos es algo que nunca olvidaré, viendo televisión en pijama y tomando vino porque la leche se había terminado. Estaba tan sorprendida de cómo había ocurrido todo aquello. Tu mejor amiga estaba un poco celosa, llamó por teléfono y dijo que pasaría a visitarte esa misma noche. Tomé mi bolsa y me acerqué a la puerta para despedirme, nos dimos un beso en la mejilla y me alejé de ahí.
Nos dijimos adiós y pasaron los años, volvimos a vernos una noche de sábado, otro país, otra ciudad, otra vida, pero la misma mirada felina. Aquella noche entré en el bar, no recuerdo si tenía bien atada la corbata, pero recuerdo que el calor era infernal, calor de verano, calor que calentaba hasta un témpano de hielo. Busqué con la mirada un lugar vacio, miré una y otra vez hasta que te vi, sentada en una mesa, las pequeñas velas en el centro enmarcaron tu rosto con un haz de luz: tu cabello negro, largo un poco más abajo de los hombros. Sostenías una copa y mirabas atentamente a la puerta, como esperando encontrarte con alguien y de repente aparecí yo, con los ojos brillantes y el corazón latiendo a una velocidad descomunal, no sabía si te acordarías de mí, si me reconocerías después de tanto, después de ése fin de semana cuando te despediste en mi puerta. La pregunta se quedó en el aire... ¿Te acuerdas de mí?.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
